¿Qué nos hace humanos? ¿Es nuestra capacidad de razonar, nuestras complejas sociedades, o algo aún más fundamental? El reconocido biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, en su profundo texto «Lenguaje y realidad: El origen de lo humano», nos invita a un viaje fascinante hacia las raíces de nuestra existencia, proponiendo que la esencia de lo humano reside en un delicado y poderoso entrelazamiento: el del lenguaje y el emocionar.
Maturana nos introduce a una perspectiva evolutiva donde los linajes de seres vivos se definen por la conservación de una manera de vivir, un «fenotipo ontogénico». No se trata solo de genes, sino de cómo se despliega la vida en la historia individual de cada organismo, en su interacción con el medio.
El Lenguaje: No Solo Palabras, Sino un Modo de Convivencia
Lejos de ser una mera herramienta de comunicación, para Maturana, el lenguaje es una manera de vivir en coordinaciones consensuales recurrentes de coordinaciones consensuales de acciones. Imagina las primeras comunidades humanas: el compartir alimentos, la crianza colaborativa, los gestos y sonidos que, a través de la repetición y la aceptación mutua, se convierten en un sistema coordinado de acciones. Este vivir en coordinación es la cuna del lenguaje.
El Conversar: Donde el Lenguaje se Entrelaza con el Alma
Pero lo humano va un paso más allá. Maturana sostiene que nuestra manera de vivir implica un entrelazamiento íntimo entre este «lenguajear» y nuestro «emocionar». A esta fusión la llama conversar. Los seres humanos, entonces, no solo coordinamos acciones, sino que lo hacemos inmersos en un flujo emocional que da forma y sentido a esas coordinaciones.
Así, el origen de lo humano, según esta visión, se remonta a hace dos o tres millones de años, cuando en la historia de los primates bípedos surge el lenguaje y se comienza a conservar este modo de vida que incluye el conversar. La anatomía de nuestro cerebro, laringe y rostro son testigos de esta antigüedad.
Razón, Emoción y Realidad: Un Trío Inseparable
Maturana desafía la tradicional separación entre razón y emoción. Propone que la racionalidad pertenece a las coherencias operacionales del lenguaje. Es decir, diferentes formas de razonar (dominios racionales) se construyen sobre nociones básicas que aceptamos a priori, y esta aceptación, en última instancia, surge de nuestras preferencias, de nuestro emocionar.
Nuestra existencia en el lenguaje configura múltiples dominios de realidad. Cada uno de estos dominios es, en esencia, una proposición explicativa de nuestra experiencia, una red de conversaciones tejida con acciones y emociones. Las emociones, a su vez, son disposiciones corporales que especifican el dominio de acciones en el que nos movemos. Todo lo que hacemos, incluso el razonar más abstracto, lo hacemos desde una emoción.
El Amor como Cimiento de lo Humano
Un elemento crucial en esta historia evolutiva es el amor, entendido como la emoción que constituye el espacio de acciones en el que aceptamos al otro en la cercanía de la convivencia. Es esta aceptación mutua, este vivir en el placer de la convivencia, lo que hizo posible el surgimiento del lenguaje y, con él, del conversar. Maturana llega a afirmar que gran parte de las enfermedades humanas, tanto somáticas como psíquicas, tienen su raíz en interferencias con el amor.
Reivindicando la Emoción: Hacia una Comprensión Integral
En la cultura occidental, a menudo hemos desvalorizado las emociones en favor de una supuesta razón pura. Maturana nos alerta sobre esta disociación, invitándonos a reconocer y reintegrar estas dos dimensiones fundamentales de nuestro ser. Entender que lo humano se realiza en el conversar –ese cruce de caminos entre lenguaje y emoción– nos permite una comprensión más total y auténtica de nosotros mismos.
Libertad y Responsabilidad: Frutos del Darnos Cuenta
Esta comprensión tiene implicaciones profundas. La responsabilidad surge cuando, en nuestra reflexión, nos damos cuenta de si queremos o no las consecuencias de nuestras acciones. La libertad, por su parte, emerge cuando reflexionamos sobre nuestro querer o no querer esas consecuencias. Al hacernos conscientes de cómo nuestras emociones (nuestros deseos y preferencias) fundamentan nuestros dominios racionales y nuestras acciones, podemos actuar desde un lugar de mayor autenticidad.
El legado de Humberto Maturana nos impulsa a mirar más allá de las apariencias, a reconocer la profunda sabiduría contenida en nuestro emocionar y en las conversaciones que tejen nuestra existencia. Al hacerlo, no solo comprendemos mejor el origen de lo humano, sino que también abrimos la puerta a una convivencia más consciente, responsable y, en última instancia, más amorosa.